El brillo de sus ojos no cabía en aquella ciudad, ya de por sí inmensa. Por supuesto tampoco en el seno de su comunidad religiosa, en su familia. Demasiada luz, para no cegar mentalidades limitadas. Ayushi era la única mujer musulmana del grupo con el que contactamos en Mombay, Pragati, una ONG que lleva arte, entretenimiento y juego a los niños de los hospitales de la ciudad. Al igual que a sus dos hermanas, quisieron casarla a los 16 años con un hombre elegido por la familia. Le auguraron una vida de tristeza y postración si rechazaba el matrimonio, pues a quien no se casa a esa edad, después le resulta difícil encontrar marido.
Luz emergiendo de cerrada sombra; pasión por la vida y fuego de amor puro en sus pupilas despuntando también en medio de un rostro muy tostado. Ayushi con veinte y algunos años permanece soltera, pero contenta. Trabaja como maestra en una escuela y en sus ratos libres colabora con Pragati. Ella junto con una amiga de esa ONG nos llevaron a un hospital para niños con cáncer en el centro de esa gran urbe.
Tan estaba libre de todo prejuicio poco sano, que se brindó a maquillarnos ella misma para el show, dando así descanso a las dos compañeras que habitualmente lo hacían. Nos pintó con gracia oriental el rostro a los dos payasos. Sus suaves dedos se posaron en nuestros pómulos, en nuestra frente sorprendida. Por supuesto no faltaron las carcajadas ante su original diseño. Ninguna mujer hindú había cogido nuestras pinturas de colores. En una mujer musulmana ese ejercicio de maquillaje ni se nos pasaba por la cabeza y sin embargo allí estaba ella feliz explorando en el lienzo de nuestra piel agraciada.
No les dijimos nada, pero al término de la actuación debieron de sentir nuestra saturación de ruido, nuestra sed de mar. Mombay sobrevive por su océano. ¿Qué sería de esa caótica y estruendosa urbe, si no tuviera diferentes escapatorias hacia el agua inmensa? Compramos bebidas y sandwiches y dejamos caer la noche sentados en un concurrido petril al borde del Índico. Tras escuchar su relato, del agitado mar de nuestras inquietudes surgieron también preguntas, algunas quizás demasiados audaces. Sólo mi compañero de sonrisas y fatigas se animaría con una bastante comprometida: “¿Cuál es tu ideal de marido?”, le lanzó mi amigo en tono de broma, pero con poco oculta voluntad de extraer conclusiones serias. Al día de hoy, le agradezco su bienintencionada osadía.
Ella enseguida captó que, más allá de las risas, queríamos alcanzar reflexiones válidas. Ni se cortó, ni lo dudó. Su rápida respuesta indicaba que la tenía también sobradamente madurada: “Quiero un marido que tenga mente abierta y me permita trabajar”, nos contestó alegre y rotunda en su perfecto inglés. Aquella joven de largos y lisos cabellos negros, de mirada generosamente desbordante, no pedía nada más: poder seguir trabajando y así en buena medida, poder ser dueña de su propio destino. No quería marido rico, ni joyas, ni vestidos…, sólo libertad para irradiar su desbordante amor donde se le necesitara, para encantar con sus ojos celestes, con su sari color turquesa donde le placiera.
Confieso que se apoderó de mí una suerte de impotencia…. Aquella enorme luz no podía iluminar donde quería. Si optaba por casarse, por compartir su vida con un hombre del perfil que su entorno deseaba, su libertad mermaría, su alegre fulgor languidecería seguramente entre las cuatro paredes del hogar… ¡Ojalá Ayushi encuentre un hombre a su altura y que su familia lo acepte! ¡Ojalá un compañero que le anime a pasear libremente esa mirada de irrefrenable amor por el mundo entero…!
No deseo pontificar sobre el Islam, quizás sólo compartir pequeñas observaciones que hemos obtenido en nuestro periplo de animación infantil en Mombai y Kolkata. Es momento de construir puentes indispensables y para ello es preciso también medir y calibrar cada una de nuestras palabras al respecto. Los credos han de buscarse y encontrarse, si deseamos construir una nueva y fraterna civilización humana. El respeto a las costumbres y los hábitos ancestrales de las comunidades islámicas es tan sagrado, como el de la libertad llamada a consagrarse en todos los rincones del planeta.
Tuvimos diferentes encuentros con el Islam en nuestro reciente viaje. Observamos por ejemplo la plática del imán en medio de las calles de la capital de Bengala, algo natural en la vida de esta intensa y abigarrada ciudad. La contrariedad puede empezar en esos altavoces gigantes colocados a pie de estrado para hacer llegar la palabra de Alá. Allí, a la vera de esos enormes amplificadores de voz, me vino la sensación de que quizás la clave del encuentro interreligioso tenga que ver más con el arte de acercar y entremezclar silencios. Quizás, a la postre, la alianza de civilizaciones es también una cuestión de watios. Seguramente ni Alá, ni Dios urge de sermones ensordecedores para hacer llegar su mensaje de infinito.
Me atrevo a decir, con inmenso respeto al hermano o hermana musulmán que pueda leer estas líneas, que quizá Dios se nos revela más auténtico cuando más íntimo y silente se nos comunica… Más de arriba Su reclamo, más susurrado es Su Verbo, más intocable, más imperceptible… Creo en un Dios más brisa y perfume, más misterio y sigilo, que martillo. A veces ni eso, a veces puro e inmenso silencio. Pudimos comprobar ese anhelo de Su muda Presencia a la vuelta del estruendo de la ciudad más ruidosa del mundo.
Dios es también la más absoluta manifestación de la libertad, aquella que no pondría el más mínimo obstáculo para que Ayushi se pueda casar sin merma de movimiento, para que esta mujer valiente y generosa pueda sembrar puro y genuino amor más allá del reducido espacio de su, de seguro, futuro hogar.
No hay competencia entre las llamadas de los muecines, entre el reclamo de los sacerdotes de uno u otro credo, entre los micrófonos que proclaman la grandeza del/de lo Inombrable. Lo importante es ensayar ser Su espejo aquí en la tierra. Lo importante no son los watios con que Le ensalzamos, sino la fuerza del testimonio con que nosotros mismos Le encarnamos…
Alá nos habló a través de la sed de libertad de esta joven musulmana, del torrente de felicidad en sus ojos, a través del contacto puro de sus dedos coloreando nuestros ojos de torpes payasos. Los caminos de Dios siempre inescrutables... En medio de un ancho y duro asfalto, de un sudor a mares, Su susurro, Sus yemas nos alcanzaron cuando menos lo esperábamos…
Koldo